“¡Y cómo soportaría yo ser hombre si el hombreno fuese también poeta y adivinador de enigmas y el redentor del azar!”
(Así habló Zaratustra,”De la Redención”.)
La música puede ser demasiado complicada para los oídos de los insensibles. Sonidos nunca antes escuchados salen de las cuerdas de una vieja guitarra Fender Stratocaster, lista para rugir de forma incansable en manos de su ejecutor.
Delicado, pausado, fastuoso y orgásmico, es el sonido que produce una canción en vivo (claro, sin quitarle mérito a una ejecución en estudio),con 70 mil espíritus dispuestos a desgarrar sus entrañas sólo por estar ahí.
Cantar durante dos horas junto a otros lunáticos, que como tú, sienten la necesidad de encontrar algo que los llene y los haga tener un éxtasis mental.
El amor por la música; esa pasión que sale del cuerpo y te hace el amor de manera perversa, sin medida, juega con tus emociones, corrompe tus sentidos, los embriaga y los deja ser.
Ah! esa multimedia sublimada de los dioses, que bajan a la tierra en forma de mortales. No es lo mismo poner en tu estereo un disco de Pink Floyd que una obra de Bach, pero igual te estimula.
Los sentimientos se arremolinan. El lenguaje entre líneas se mueve en la cabeza de todo aquel que, sin buscarlo, llega al conocimiento transmitido a través de las notas de una melodía.
Esos son los síntomas básicos de un amante, que quisiera tomar a aquella corista negra, con su voz de relámpago (sólo así podría inundar el espacio con su sonido), mientras entona Gimmi Shelter de los Rolling Stones o algún blues solitario y triste para que acompañes tu trago. Da lo mismo ( eso no es cierto).
Discos que se vuelven clásicos y viven en las décadas subsecuentes a su creación. Llenos de un polvo atemporal, mudan de piel; dejan el acetato y entran en un recipiente más confiable, más fiel.
Majestuosas piezas, inmortalizadas en discos compactos, son el disfrute de nuevas generaciones, que, ante una falta de nuevos exponentes que las dejen satisfechos, vuelven a lo básico. Un rock más puro, sin vicios que lo transformen.
Historias que se funden con ritmos extraños. Cuentos apócrifos que deleitan las neuronas de aquel que las escucha y las hace propias. De eso está hecha la música, de sueños, que al despertar se muestran como son.
Enciende tu equipo, abre la charola de los CD’s, por algunos y oprime el botón Play. Siéntate, relájate y goza el paseo.
Una buena opción para entrar en ritmo, es el Beggars Banquet (Banquete para los pordioseros), de los Stones. Lanzado al mercado en 1968 con piezas como Simphaty for the Devil, que causó polémica sobre las creencias religiosas del grupo, principalmente de su vocalista, Mick Jagger.
Con influencia de la gente de color, nacida en Chicago, este álbum tiende hacia la corriente blues. Guitarras acústicas y eléctricas se funden en un mismo sonido atrayente, que complace a los oídos del más exigente.
El Álbum Blanco, de los Beatles, que vio la luz el mismo año que el Beggars Banquet, es lo más adecuado continuar nuestra travesía.
Dos discos llenos de composiciones como Black Bird y Helter skelter, (que después sería utilizada por Charles Manson, acompañado por su clan durante el asesinato de Sharon Tate y que, literalmente, significa desastre), hacen de esta obra una pieza que no puede faltar en la discografía de cualquier amante del rock.
Otro material que no puede faltar es In-a-gadda-da-vida del grupo Iron Butterfly. Su nacimiento fue un año antes, en 1967. La única interpretación relevante es la que da nombre al disco, dura 17 minutos pero hace que valga la pena tenerlo en el estante de los viejos recuerdos.
Eric Clapton no puede ser olvidado en este festín auditivo. 1972 es un año significativo en la carrera de este guitarrista y cantante.
El álbum Layla and other assorted love songs podría ser la máxima creación del artista inglés. Como dato al margen, la canción Layla está dedicada a Paty Boyd, ex esposa del ahora desaparecido George Harrison.
Esta magistral pieza habla del amor mal correspondido que tuvo Clapton por dicha mujer, que jugó con sus sentimientos y lo hizo gritar: “Layla, you got me on my knee ” .
Éste es el momento en que el ansia hace presa de ti, oyente de la historia contada a través de los sonidos envolventes. El vago olor del whisky derramado en la alfombra despierta los sentidos y los reanima.
Janis Joplin grita “¡Sólo otro pedazo de mi corazón!” y devora las entrañas del que pone ese disco con canciones como Summer time, The Turtle Blues o “Ball and Chain”y que lleva por nombre “Cheap Thrills”.
La bruja cósmica nos deleita en este álbum con su estridente voz , digna de oídos privilegiados que pueden apreciar la fuerza de sus interpretaciones crudas y amargas.
Para continuar el viaje, es conveniente escuchar a otro de los grandes símbolos de la psicodelia, Pink Floyd, con su álbum The Dark Side Of The Moon (El lado oscuro de la luna), que según los entendidos es el mejor trabajo de esta agrupación inglesa.
Con piezas como Time, que habla de la indiferencia de la gente hacia lo común, o Eclipse, que es un homenaje a el placer de los sentidos y los excesos que aparecen gracias al deleite, es prácticamente imposible omitirlo en esta recopilación.
Hay demasiada música en este mundo como para ser escuchada en una sola noche. Sería ridículo pensar en hacerlo. Por eso, hay noches enteras para dedicarlas a la devoción de los placeres auditivos.
Entra en la seducción de la música de la misma forma que hicieron sus creadores o los primeros escuchas. Disfruta las notas que fueron prohibidas por los mayores en décadas pasadas y aprende sobre las raíces de lo que ahora se vende en las tiendas de discos.
Permanece en el viaje...